
Por Diego Madeo (*)
En los últimos años, las cámaras de seguridad se han vuelto casi una moda. Con un simple clic, se instalan dispositivos que prometen vigilar la casa desde el celular, grabar todo lo que pasa y hasta hablar con quien se acerque a la puerta. Pero hay una verdad incómoda que muchos usuarios descubren tarde: una cámara por sí sola no protege. La seguridad real empieza por otro lado: con una alarma que actúe en el momento justo.
Y es que ver lo que está pasando no es lo mismo que impedir que suceda. Podés recibir una notificación en el celular cuando alguien entra al patio, pero si no hay una alarma que detecte esa intrusión y genere una respuesta inmediata, como una sirena o un aviso al monitoreo, lo más probable es que solo seas testigo del robo. Desde lejos. Y sin poder hacer demasiado.
La función de una cámara es valiosa, pero complementaria. Sirve para verificar visualmente un hecho, registrar imágenes que puedan ayudar luego en una denuncia, o confirmar si se trató de un evento real o una falsa alarma. Pero la respuesta inicial la da siempre la alarma. Es la que detecta, reacciona y avisa de manera temprana.
En propiedades residenciales o comerciales, este concepto es clave. Según estudios del sector, más del 40 % de los eventos de intrusión en sistemas monitoreados se confirman gracias a la videoverificación, es decir, al chequeo de cámaras. Pero esos eventos solo pudieron ser chequeados porque hubo una alarma que primero detectó la anomalía.
Esto cobra aún más sentido si pensamos en lugares que pasan muchas horas vacíos: casas de familia durante el día, locales comerciales fuera del horario, oficinas por la noche o viviendas de fin de semana. En esos casos, la cámara puede grabar, pero si no hay una alerta activa que despierte atención, nadie estará mirando la transmisión en vivo cuando ocurra algo.
Otro punto importante es el efecto disuasorio. Un cartel que indica que hay una alarma conectada a una central de monitoreo tiene mucho más poder preventivo que una simple cámara que puede estar allí como señuelo. Los delincuentes saben que una sirena puede alertar a los vecinos o generar una respuesta policial. Una cámara, en cambio, no hace ruido.
Claro que la combinación es lo ideal: una alarma bien instalada, con sensores estratégicos, sumada a una o dos cámaras que permitan confirmar lo que ocurrió. Esta dupla permite reducir falsas alarmas, entender el contexto de un evento y ofrecer evidencia ante un hecho real. Pero siempre en ese orden: primero se detecta y se alerta, después se verifica.
Lamentablemente, muchas personas creen que con instalar una cámara es suficiente. “Total, veo todo desde el celular”, dicen. Pero cuando el teléfono está en silencio, cuando no hay señal o cuando ya es tarde para reaccionar, descubren que ver no es lo mismo que proteger.
Invertir en seguridad no se trata solo de sumar tecnología, sino de pensar estratégicamente cómo queremos que esa tecnología actúe. Y la respuesta más simple y efectiva sigue siendo la de siempre: una alarma que detecte y reaccione. Las cámaras pueden acompañar, pero nunca reemplazar lo esencial.
(*) Director Ejecutivo de Garnet Technology (www.garnet.com.ar)